Asia Toma el Piano
por Asalto
Por José Pablo Feinmann
China aumenta su presencia en el mundo y no deja de lado el
aspecto cultural. Ha elegido un camino que para el ruidoso Occidente podría
parecer absurdo (y acaso por eso los chinos lo han elegido) y es el de la
música clásica. Hoy, los chinos, desmedidamente, estudian inglés y piano. Se
calcula que hay cuarenta millones de pianistas o personas que estudian piano,
con el inglés se abren camino en una cultura en que ese idioma es dominante, se
usa para todo. Y con el piano. ¿Con el piano, qué? Es difícil desbrozar la
cuestión. En primer término pareciera que los chinos (y no sólo ellos en Asia)
se han dejado seducir por la gran tradición musical de Occidente que Occidente
ha olvidado o maltratado. En un reciente estudio sobre las ventas de las casas
de grabación, Deutsche Grammophon (la más prestigiosa de todas, que cuenta en
su catálogo a Martha Argerich, Anna Nebrebko y Gustavo Dudamel) ni siquiera
pudo entrar a competir. Los chinos vienen a adueñarse, no sólo de la economía,
sino de la cultura occidental. Lo hacen occidentalizándose. Y cómo.
El primero que aparece como príncipe del mercado es un
loquito que la juega de pianista rocker. Tiene mucha técnica y su aparente
originalidad es hacer muecas según los pasajes que toca. A mí no me causa
ninguna gracia. Un pequeñito payaso a quienes dos comicastros españoles
bautizan como “el más grande pianista del mundo” y el tipo permanece
imperturbable, aceptando. Podrá ser un buen pianista el día que se libere de
ese papel que representa. Se trata de Lang Lang. Hoy cobra por concierto más
que Martha Argerich. El otro pianista que envía china es mujer. Yuja Wang sale
a tocar en minifalda. No tienen piernas que merezcan ese gesto. Es
correctísima. Todo lo toca tan bien como mecánico y frío. Pero se ha impuesto.
Fue astuta. Elaboró unos bises espectaculares que hicieron más por su fama que
las piezas centrales que interpretó. Tomó una célebre pieza de Rimsky Korzakov,
“El vuelo del moscardón”, en arreglo de Gyorgy Cziffra, un pianista que andaba
por el mundo diciendo que era la reencarnación de Liszt. En sus excesos, sin
duda. Parte de esos excesos es el arreglo que hizo de la pieza de Rimsky. Le
añadió de todo. Sobre todo vertiginosas octavas que Yuja toca a una velocidad
inverosímil ante el asombro y el entusiasmo de las ausencias. Ahora dice que no
va a tocar más todo eso y lo va a reemplazar por estudios de Ligetti. El
público le va a pedir a gritos “El vuelo del moscardón”. Yuja es capaz de
milagros. Por ejemplo: puede tocar las piezas más sublimes sin que a uno le
pase nada. Nada.
La más joven y talentosa es la coreana Yeol Eum Son. Toca
todo. Desde el segundo de Brahms hasta Humoresque de Schumann (donde llega a lo
sublime). O El beso de la serpiente, en que hace participar al público y ella
termina la obra silbando. O el Tercero de Bartok. O el Segundo de Prokofiev,
cuya cadenza casi puede con ella y con un espectador anonadado, aterrorizado
por una pieza que se compuso en 1912. El Tercero de Rachmaninoff. El Primero de
Tchaikovsky. “Summertime” de Gershwin en el gran arreglo de Earl Wild. También
“Embreaceable You”. O una transcripción para piano del Scherzo de la Sexta sinfonía de
Tchaikovsky. (Habrá que señalar que la única que se le atreve a esa “poderosa
obra maestra”, según dicen muchos ahora, que es el Concierto en fa mayor de
Ger-shwin, es la francesa Hélène Grimaud, que es muy bella y vive en la nieve
rodeada de lobos blancos. Una chica original. Ya hablaremos de ella. Qué sé yo.
Me interesa más que Sergio Massa.)
Yeol Eum Son toca con traje coreano o unos elegantes
pantalones. Tiene tendencia a poner caritas, a lo Lang Lang, pero menos. Ganó
la medalla de plata en el Van Cliburn y en el Tchaikovsky y el público
reclamaba la de Oro para ella. Le habrán faltado contactos. Los auditorios la
ovacionan. Toca a compositora de jazz norteamericanos: Kapustin, Bolcon. La
terrible sonata de Samuel Barber. Apuesto a ella.
La otra, de la que hemos hablado abundantemente, es la
genial japonesa Hiromi Huehara, una jazzgirl poseedora de unos dedos
incontenibles, de una belleza cautivante, una sonrisa irresistible y que hace
rato se metió a Occidente en algún bolsillo de su pantalón de cuero o en alguna
de sus sorpresivas zapatillas Nike o –esto es lo más probable– en su cuenta
bancaria.
Yuia Wang
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